21 de junio de 2016

DISPUTA POR SEÑAS. Fábula de la disputación que los griegos et los romanos en uno ovieron (coplas 46-70), del Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
1. El texto de Juan Ruiz.
2. Antecedentes literarios de la "Disputa".

► Accursio (1182-1256), en sus "Glosas al 'Digesto, de origine iuris'".

► El diálogo de "Plácides y Timeo".

► Ibn Asim de Granada (h. 1359-1426).

► "Censura de la locura humana" (1598).

► Cuentos folklóricos: "El sermón del fraile".

► Cuento argentino: "Las señas del rey".

► Otras referencias culturales:

■ De cultura china: "Interpretando un deseo", de Ma Baosham.

■ De cultura árabe: "La conversación de los sabios", de Yoha.

3. La Disputa en el contexto del Libro de Buen Amor.
4. Adaptación teatral del episodio de "La disputa por señas".


EL TEXTO DE JUAN RUIZ.

46 Entiende bien mis dichos, e piensa la sentençia,
non me contesca contigo como al doctor de Greçia
con 'l rivaldo romano e con su poca sabiençia,
quando demandó Roma a Greçia la sçiencia.

47 Ansí fuer, que romanos las leyes non avíen,
fueron las demandar a griegos que las teníen;
respondieron los griegos, que non los meresçíen,
nin las podrían entender, pues que tan poco sabíen.

48 Pero si las queríen para por ellas usar,
que ante les convenía con sus sabios disputar,
por ver si las entendíen, e meresçían levar:
esta respuesta fermosa daban por se escusar.

49 Respondieron romanos, que los plasía de grado;
para la disputaçión pusieron pleyto firmado:
mas porque non entendíen el lenguaje non usado,
que disputasen por señas, por señas de letrado.

50 Pusieron día sabido todos por contender,
fueron romanos en coyta, non sabían qué se faser,
porque non eran letrados, nin podrían entender
a los griegos doctores, nin al su mucho saber.

51 Estando en su coyta dixo un çibdadano,
que tomasen un ribaldo, un bellaco romano,
segund Dios le demostrase faser señas con la mano,
que tales las fisiese: fueles consejo sano.

52 Fueron a un bellaco muy grand et muy ardid:
dixiéronle: «Nos avemos con griegos nuestra convid'
»para disputar por señas: lo que tú quisieres pid',
»et nos dártelo hemos, escúsanos d'esta lid.»

53 Vistiéronlo muy bien paños de grand valía,
como si fuese doctor en la filosofía;
subió en alta cátedra, dixo con bavoquía;
«D'oy más vengan los griegos con toda su porfía.»

54 Vino ay un griego, doctor muy esmerado,
escogido de griegos, entre todos loado,
sobió en otra cátedra, todo el pueblo juntado,
et comenzó sus señas, como era tratado.

55 Levantose el griego, sosegado, de vagar,
et mostró sólo un dedo, que está çerca el pulgar;
luego se asentó en ese mismo lugar;
levantose el ribaldo, bravo, de mal pagar.

56 Mostró luego tres dedos contra el griego tendidos,
el polgar con otros dos, que con él son contenidos
en manera de arpón, los otros dos encogidos,
asentose el nesçio, catando sus vestidos.

57 Levantose el griego, tendió la palma llana,
et asentose luego con su memoria sana
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró puño çerrado; de porfia avía gana.

58 A todos los de Greçia dixo el sabio griego:
«Meresçen los romanos las leyes, yo non gelas niego.»
Levantáronse todos con pas e con sosiego;
grand honra ovo Roma por un vil andariego.

59 Preguntaron al griego, qué fue lo que dixiera
por señas al romano, e qué le respondiera
dis: «Yo dixe, que es un Dios: el romano dixo, que era verdad,
»uno et tres personas, e tal señal fesiera.

60 »Yo dixe, que era todo a la su voluntad;
»respondió, que en su poder teníe el mundo, et dis
»desque vi, que entendíen, e creíen la Trinidad,
»entendí que meresçíen de leyes çertenidad.»

61 Preguntaron al bellaco, quál fuera su antojo.
Dis': «Díxome, que con su dedo me quebrantaría el ojo,
»d'esto ove grand pesar, e tomé grand enojo,
»et respondile con saña, con ira e con cordojo:

62 »que yo l' quebrantaría ante todas las gentes
»con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
»Díxom' luego após esto, que le parase mientes,
»que me daría grand palmada en los oídos retinientes.

63 »Yo l' respondí, que l' daría una tal puñada,
»que en tiempo de su vida nunca la vies' vengada;
»desque vio la pelea teníe mal aparejada,
»dexos' de amenasar do non gelo presçian nada.»

64 Por esto dise la patraña de la vieja ardida,
non ha mala palabra, si non es a mal tenida;
verás, que bien es dicha, si bien fuese entendida,
entiende bien mi dicho, e avrás dueña garrida.

65 La bulra que oyeres, non la tengas en vil,
la manera del libro entiéndela sotil,
que saber bien e mal, desir encobierto e doñeguil
tú non fallarás uno de trovadores mil.

66 Fallarás muchas garças, non fallarás un uevo,
remendar bien non sabe todo alfayate nuevo,
a trobar con locura non creas que me muevo,
lo que buen amor dise, con raçón te lo pruebo.

67 En general a todos fabla la escritura,
los cuerdos con buen seso entenderán la cordura,
los mançebos livianos goárdense de locura,
escoja lo mejor el de buena ventura.

68 Las del buen amor son raçones encubiertas,
trabaja do fallares las sus señales çiertas,
si la raçón entiendes, o en el seso açiertas,
non dirás mal del libro, que agora refiertas.

69 Do coydares que miente, dise mayor verdat.
En las coplas pintadas yase la falsedat,
dicha buena o mala por puntos la jusgat,
las coplas con los puntos load o denostat.

70 De todos instrumentos yo libro só pariente,
bien o mal qual puntares, tal te dirá çiertamente,
qual tú desir quisieres, y fas punto y tente,
si me puntar sopieres, siempre me avrás en miente.
[Edición digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes].

Entiende bien mis dichos y medita su esencia
no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia,
cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.

Así ocurrió que Roma de leyes carecía;
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,
con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;
la disputa aceptaron en contrato firmado,
mas, como no entendían idioma desusado,
pidieron dialogar por señas de letrado.

Fijaron una fecha para ir a contender;
los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciese en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen: —“Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir.”

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía
cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
—“Ya pueden venir griegos con su sabiduría.”

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos muy loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantose el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos,
el pulgar y otros dos con aquél recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sentose luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantándose el griego, tendió la palma llana
y volviose a sentar, tranquila su alma sana;
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:
—“Merecen los romanos la ley, no se la niego.”
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido
y lo que aquel romano le había respondido:
—“Afirmé que hay un Dios y el romano entendido,
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad.”

Preguntaban al bellaco por su interpretación:
—“Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

que yo le quebraría, delante de las gentes,
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que si yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

Entonces hice seña de darle una puñada
que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada.”

Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida
que no hay mala palabra si no es mal tenida,
toda frase es bien dicha cuando es bien entendida.
Entiende bien mi libro, tendrás buena guarida.

La burla que escuchares no la tengas por vil,
la idea de este libro entiéndela, sutil;
pues del bien y del mal, ni un poeta entre mil
hallarás que hablar sepa con decoro gentil.

Hallarás muchas garzas, sin encontrar un huevo,
remendar bien no es cosa de cualquier sastre nuevo:
a trovar locamente no creas que me muevo,
lo que Buen Amor dice, con razones te pruebo.

En general, a todos dedico mi escritura;
los cuerdos, con buen seso, encontrarán cordura;
los mancebos livianos guárdense de locura;
escoja lo mejor el de buena ventura.

Son, las de Buen Amor, razones encubiertas;
medita donde hallares señal y lección ciertas,
si la razón entiendes y la intención aciertas,
donde ahora maldades, quizás consejo adviertas.

Donde creas que miente, dice mayor verdad,
en las coplas pulidas yace gran fealdad;
si el libro es bueno o malo por las notas juzgad,
las coplas y las notas load o denostad.

De músico instrumento yo, libro, soy pariente;
si tocas bien o mal te diré ciertamente;
en lo que te interese, con sosiego detente
y si sabes pulsarme, me tendrás en la mente.
[Versión modernizada de María Brey Mariño (ed.). Libro de Buen Amor. Madrid: Castalia, 1991, pp. 44-47].


Asimismo, leámoslo en una adaptación en prosa de Florencia E. de Giniger:

« Sucedió una vez que lo son romanos, que no tenían leyes para su gobierno, fueron a pedir las a los griegos, que sí las tenían. éstos les respondieron que no las podrían entender puesto que su saber era tan escaso. Pero que si insistían en conocer y usar estas leyes, antes deberían debatir con su sabios, para ver si merecían llevarlas. Dieron como excusa está gentil respuesta.
Los romanos respondieron que afectaban y firmaron un convenio. Como no entendían sus respectivos lenguajes, se acordó que debatirían por señas y fijaron públicamente un día para la realización.
Los romanos quedaron muy preocupados, sin saber qué hacer, porque no eran letrados y tenían el amplio saber de los griegos. Al fin, un ciudadano propuso que eligieran un campesino y que hiciera con las manos las señas que Dios le diese a entender. Llegó el día acordado.
Buscaron un campesino muy astuto hilo vistieron con muy ricos paños de gran valor, como si fueran doctor en filosofía. Subió a una alta silla y dijo fanfarronamente:
"De hoy en más vengan los griegos con toda su porfía".
Llegó allí un griego, doctor sobresaliente, y subió a otra silla, ante todo el pueblo reunido. Comenzaron sus señas como se había acordado.
Se levantó el griego, con calma, y mostró sólo un dedo, el índice, y se sentó en su sitio. Se levantó el campesino, bravucón y con malas pulgas, y mostró Tres dedos tendidos hacia el griego, el pulgar y otros dos en forma de arpón. Se sentó con soberbia, mirando sus vestiduras.
Con serenidad se levantó el griego, tendió la palma llana y se sentó luego plácidamente. Se levantó el campesino con su tonta fantasía y, con terquedad, mostró el puño cerrado.
A todos los de Grecia dijo el sabio: "los romanos merecen las leyes, no se los niego".
Se retiraron todos en armonía y paz.
Preguntaron al griego qué fue lo que hablo por señas con el romano. Explicó: " yo dije que hay un Dios, el romano dijo que era uno en tres personas. Yo dije que todo estaba bajo su voluntad. Respondió que en su poder estábamos y dijo verdad. Cuando vi que entendían y creían en la Trinidad, comprendí que merecían leyes certeras".
Preguntaron al campesino que habían debatido: "me dijo que con un dedo me quebraría el ojo, tuve gran enojo. Le respondí con cólera y con indignación que yo le quebraría los ojos con dos dedos y los dientes con el pulgar. Me dijo, después de esto, que le prestará atención, que me daría tal palmada que los oídos me vibrarían. Y yo le respondí que le daría tal puñetazo que en toda su vida no entregaría a vengarse. Cuando vio la pelea tan despareja y que yo no le temía, dejó de amenazar".
Por eso dice la fábula de las había vieja: no hay mala palabra si no es tomada a mal. Verá que es bien dicha sin fue bien entendida».

[Giniger, F. E. Cuentos tradicionales y literarios. Buenos Aires: Colihue, 1984].


ANTECEDENTES LITERARIOS DE LA "DISPUTA".

8 de junio de 2016

27, Y ALGUNA MÁS..., FORMAS DE DESCRIBIR. TIPOS DE DESCRIPCIÓN. EL TEXTO DESCRIPTIVO. (III).


TEMAS QUE VAMOS A DESARROLLAR
SECCIÓN I.
1. Definición de Descripción.
2. Características generales del texto descriptivo.
3. Fases en todo proceso descriptivo.
SECCIÓN II.
4. Operaciones de organización en la descripción.
5. Función comunicativa de la descripción.
6. Tipos de descripción atendiendo al descriptor.
SECCIÓN III.
7. Tipos de descripción atendiendo al objeto de descripción.
8. Tipos de descripción atendiendo a la estructura del texto.
9. Tipos de descripción atendiendo a las relaciones estructurales establecidas en la descripción (Mieke Bal).
10. Bibliografía.


7. TIPOS DE DESCRIPCIÓN, ATENDIENDO AL OBJETO DE DESCRIPCIÓN O REFERENTE.

La “écfrasis” (ἔκφρασιϛ) o “descriptio” (descripción), es el término griego que en la retórica antigua designaba cualquier tipo de descripción vívida capaz de poner el objeto descrito delante de los ojos del receptor, según la antigua definición de Hermógenes de Tarso (h. 160 - h. 225), y que los latinos llamaron “evidentia”..., por más que algunos quieran acotar su significado en la actualidad exclusivamente a “la descripción literaria de una obra de arte visual”.
[Heinrich Lausberg define la “evidentia” como “la descripción viva y detallada de un objeto mediante la enumeración de sus peculiaridades sensibles” (Lausberg, Heinrich . Manual de retórica Literaria. Madrid: Gredos, 1967, § 810].

La écfrasis, por tanto, tiene como característica fundamental, la de convertir al oyente/lector/receptor en un espectador, que irá descubriendo y conociendo poco a poco el objeto descrito por el descriptor, cual si fuera un pintor: describir es pintar con palabras; o un espectador cinematográfico, diríamos hoy.

Ésta en la Retórica Clásica venía establecida:

● como una “digressio” (digresión) , adición retardatoria, que se incluía en la “narratio”,
● o como discurso epidíctico o demostrativo.
Según Quintiliano:
● cuando las descripciones son de procesos pertenecen a la “narratio”,
● cuando las descripciones son de personas y cosas forman parte del discurso epidíctico (esto es, del género destinado a “mostrar”, en el que su objeto es algo que se considera consabido por el orador y los oyentes, bajo la conocida fórmula de “x es y”, por lo que la dirección del discurso puede ser elogiosa (encomio, alabanza) o contraria (vituperio) .
[Cfr.: Lausberg, H.. Manual de retórica literaria. Madrid: Gredos, 1967, § 61 y 239].

Aunque hay que decir también que éstas últimas también pueden incluirse como “digresiones” dentro de la “narratio” .
[Cfr.: Lausberg, H.. Manual de retórica literaria. Madrid: Gredos, 1967, §810].