19 de septiembre de 2015

TEMA PRINCIPAL DE "EL CONDENADO POR DESCONFIADO"


Enmarcado como "drama teológico" propio del barroco español, "El condenado por desconfiado" ha tenido variadas corrientes de pensamiento en la interpretación de cuál es su tema principal, en virtud de que se dé, por un lado, mayor o menor importancia a su relación con la polémica denominada "De auxiliis" que desarrollaron los molinistas y beceñistas a finales del siglo XVI y principios del XVII, y, por tanto, al discurso religoso que analiza el tema de la gracia divina, el libre albedrío y la salvación del alma, como si fuera una obra de tesis teológica [cfr.: Trubiano, Mario F..- Libertad, gracia y destino en el teatro de Tirso de Molina. Madrid, Alcalá, 1.985]; o, por otro, impere más el carácter dramático interno de los dos personajes principales, con un claro desarrollo teatral y psicológico del alma atormentada, soberbia y desconfiada, la de Paulo, con una gran desesperación intelectual que le conduce a la duda y a dejarse engañar por el gran engañador, el diablo, y su paralelo y diverso personaje, Enrico, burlador de mujeres, engañador humano, febrilmente vivo y dinámico, que comete desafueros y blasfemias, pero que espera todo de la misericordia de Dios al final: una marcada técnica de contraste, en la que confluyen soluciones distintas, creando una "comedia de bandoleros" a lo divino [según la terminología de Víctor Dixon, para quien se denominan así "aquellas cuyos protagonistas, durante gran parte de su acción, actúan específicamente como bandoleros". Vid.: Dixon, Víctor.- "Un género en germen: 'Antonio Roca' de Lope y la comedia de bandoleros", in AISO. Actas, VII (2.005), pág. 189].

Es, pues, una fluctuación entre el análisis teológico exclusivo o/y el análisis existencial humano, que muy bien podríamos muestrear con dos estudios: para el primero, el de Miguel Angel Ferreyra [Ferreyra Liendo, Miguel Ángel.- "El condenado por desconfiado de Tirso. Análisis teológico y literario del drama", in Revista de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), 10 (1.969), pp. 923-946.], que mantiene que la obra defiende la idea de la “obligatoriedad de la cooperación del hombre a la voluntad salvífica de Dios; la necesidad de un entregarse confiado en los brazos de un Dios de amor, no de terror, sin inquirir de su mayestático misterio los arcanos concernientes a la salvación"; para el segundo, el de Robert J. Oakley ["La vida y la muerte en El condenado por desconfiado", in Reichenberger, Kurt et Roswitha (eds.).- Teatro del Siglo de Oro. Homenaje a Alberto Navarro González. Kassel, Reichenberger, 1.990, pp. 487-503.] que analiza el proceso de desengaño y resultado final de la muerte en la obra.

Pero, además, aquellos que mantienen fundamentalmente el tema del desarrollo teológico derivarán a analizar también cuál es la postura o línea argumental que se defiende dentro de la denominada "Controversia de auxiliis": la de Zúmel (como el padre Martín Ortúzar [Ortúzar, M..- "El condenado por desconfiado depende teológicamente de Zumel", in Revista Estudios, 10 (1.948), pp. 7-41; y también: "El condenado por desconfiado depende teológicamente de Zúmel. Nueva aclaración", in Revista Estudios, 32 (1.949), pp. 321-327]), la molinista (como expresó Menéndez Pidal), la bañeciana (defendida por el padre Norberto del Prado y luego R. M. Hornedo, Morón, Penedo), o la ecléctica donde se dice que ni es totalmente predeterminista ni postdeterminista la postura del autor (M. A. Ferreyra, Elena Nicolás [Nicolás Cantabella, Elena.- "El contexto religioso de Gabriel Téllez y su relación con El condenado por desconfiado", in p. 307-318]).

Esta polémica teológica que es conocida como "De auxiliis", llevada a cabo entre jesuitas y dominicos se basa en dilucidar cuál es el papel que desempeña la libertad humana con relación a la gracia divina. Así

• Por un lado tenemos a los jesuitas, con un primer mentor, Francisco Suárez, que defendió la libertad y responsabilidad humana (libre albedrío) frente al determinismo fatalista luterano y la idea de predestinación. Esta exposición no es una continuación de la vieja polémica de católicos y protestantes sobre si Dios salva al hombre por sus buenas obras (tesis que parece exponer el autor de “El condenado por desconfiado”, pues Enrico se salva por el arrepentimiento y su piedad filial) o si las buenas obras son una prueba de la elección (luteranos y calvinistas).
• Por otra, los dominicos, con Domingo Báñez (1.528-1.604) como ariete, defendían el valor de la predestinación, y la “gracia eficiente” de Dios, la cual no depende más que de Él, por lo que el papel del libre albedrío quedaba muy reducido: no se negaba pero se daba más importancia a la gracia divina y al poder de Dios.

Recordemos que Domingo Báñez fue responsable de que la Inquisición no admitiera esta postura en España y de que, por ejemplo, en 1.582, se prohibiera a Prudencio de Montemayor dar clases de teología en Salamanca y a fray Luis de León a defender esta postura.

En 1.588 el conquense Luis de Molina (1.535-1.600), jesuita, catedrático de prima de teología en Évora, publicará su “Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, divina praescientia, providentia, praedestinatione et reprobatione”, exponiendo las tesis a favor de la “gracia suficiente” de Dios, consistente en el consentimiento del hombre, y manifestando que los seres humanos reciben la gracia por igual de Dios, sólo que unos la aceptan mejor o peor. Es el libre albedrío quien determina finalmente la salvación o no del alma. A los seguidores de esta tesis se les llamará “molinistas.

A este libro se opusieron los dominicos drásticamente, queriendo calificarlo de “herejía” e intercediendo ante el papa Clemente VIII como juez. Para ello, Domingo Báñez, junto a fray Diego de Yanguas, fray Pedro de Herrera, fray Pedro de Ledesma y fray Diego Alvarez elaboraron una “Apología en defensa de la doctrina antigua y católica por los maestros dominicanos de la provincia de España contra las afirmaciones contenidas en la «Concordia» de Luis de Molina sobre la Gracia, presciencia divina, providencia, predestinación y reprobación”, por encargo de la Inquisición española.

La cuestión la resolvió el papa Paulo V en 1.607 dejando que cada orden pudiera manifestar sus propuestas sin que ninguna pudiera calificar la opinión de la otra como “herejía”.

Así pues, suele argumentarse que "El condenado por desconfiado", sigue claramente la denominada segunda afirmación de Molina:

«Con los auxilios de Dios con los que uno resulta justificado y salvado, otro no se salva en virtud de su libertad...No debe dudarse que muchos se desviaron hacia los infiernos, a pesar de que Dios les hubo concedido mayores auxilios para la salvación que a muchos que gozan de la contemplación en el cielo divino. Pero mientras aquéllos no fueron predestinados y salvados con mayores auxilios, en cambio éstos, con menores auxilios, fueron predestinados y salvados. Y esto sucedió así porque aquéllos quisieron, por su libertad innata, hacer uso de su arbitrio para alcanzar la salvación, y éstos, en cambio, quisieron en grado máximo».
[Hevia Echevarría, Juan Antonio.- “Introducción”, in Domingo Bañez.- Apología de los hermanos dominicos contra la 'Concordia' de Luis de Molina (1595). Oviedo, Biblioteca Filosofía en español, 2002, pág. 41.]

Pues bien, lo que hay que saber, además, es que desde la publicación de la “Apología”, inmediatamente censuró el molinismo el General de la Orden de la Merced, Francisco Zumel (1.540-1607), con su libro “Censura circa librum de Concordia patris Ludicici Molinae e Societate Jesu”.

Teniendo estas tres posturas de la época en materia teológica: molinistas, bañecistas y zumelistas, vamos a intentar desarrollarlas con la exposición de lo que la crítica ha sostenido tras sus indagaciones, no obstante la postura rechazante de la diatriba teológica que ha argumentado Morón Arroyo, señalando que

"El condenado no dramatiza si se relaciona con las sutiles diferencias de los jesuitas y dominicos sobre cómo actuaban el mérito de la persona y la gracia de Dios en la salvación; presenta la tesis elemental de que Dios salva al mayor pecador si se arrepiente en el último segundo de su vida. En 1613 publicó Claramonte su “Letanía Moral”, conjunto de poemas a santos y condenados. En el poema a Caín se encuentran las ideas básicas de “El condenado por desconfiado”:
Pedid sagrado, y con llanto
vuestras culpas confesad
,
porque , Caín, no me espanto
que negando la verdad
no os absuelva el Padre Santo
.
¿Qué demonio os ha engañado
en tan preciosa ocasión?
Confesad vuestro pecado,
porque sin su absolución
moriréis descomulgado .
Mas como en el mal acaba el que en el bien no aprovecha,
la sangre que a Dios alaba
hará que os mate una flecha
y no sabréis de qué aljaba.

Pero el Padre sempiterno buscándoos biene y dessea
daros un castigo eterno;
escondeos, porque no os vea
en un rincón del infierno.
[Morón Arroyo, Ciriaco (ed.).- Tirso de Molina. El condenado por desconfiado. Madrid, Cátedra, 1.992, pág. 18].

Las propuestas han sido

● "EL CONDENADO POR DESCONFIADO" ES UNA PARÁBOLA EVANGÉLICA O SERMÓN RELIGIOSO.

AGUSTÍN DURÁN (1.789-1.862).

Así consideró A. Durán la obra que estamos analizando, como

«una parábola evangélica [sobre el hijo pródigo, y que estudió Martha García.- "El hijo pródigo en El condenado por desconfiado de Tirso de Molina y en la serie de Bartolomé Esteban Murillo: arte escénico y pictórico", in Hipertexto, 12 (2.010), pp. 15-26] creada para hacer inteligible al pueblo el dogma de la gracia, y es quizá un producto de reacción necesaria contra la fatal y desconsoladora rigidez del protestantismo, y las doctrinas heterodoxas que le originaron. Adoptando el autor por argumento una tradición conservada en diversos ‘Ejemplarios’, ha querido patentizar cómo y por qué Dios retira la gracia eficaz del hombre que de ella desconfía, y que intenta arrancarle sus secretos para convertir en certidumbre material la que solo debe tenerse por la fe. Al mismo tiempo ha querido también probar cómo y por qué el pecador que confía en Dios, creyendo firmemente, puede arrepentido obtener misericordia.
El ermitaño Paulo es el símbolo de la primera consecuencia del dogma, y el bandolero Enrico representa la segunda. Regalado Paulo con celestiales favores, hijo predilecto de la Providencia, y quizá ensoberbecido, ni aun resiste a la primera prueba de tibieza con que Dios quiso experimentarle y contener la soberbia que asomaba en su corazón. Por haberse dormido mientras oraba, por haber soñado que en el último juicio era condenado; convirtiendo en veneno la triaca, empieza Paulo a desconfiar de su salvación, y luego como niño consentido, avezado a convertir los favores en exigencias, no se contenta con las palabras de la Escritura, ni presta al dogma la fe que se merece, sino que pide importuno a Dios garantías más positivas y especiales que aquellas que dio a su Iglesia. Pretendiendo con vana curiosidad y decidida obstinación penetrar los arcanos de la Providencia, en pena de su orgullo se ve sumergido en un piélago de dudas: titubea en la fe, vacila en la esperanza, y se entibia en la caridad cristiana, preparándose a la idea de un inexorable fatalismo. Cuando a tal punto llegue su desdicha, ya sólo verá en el Hacedor Supremo un tirano caprichoso; le insultará cara a cara, y abandonándose al crimen, rechazará los remordimientos, y renegando la misericordia, se rebelará contra la justicia del cielo. La lucha del pecador en tal estado no será en adelante contra el pecado que le pierde; mas la proseguirá encarnizada hasta su último suspiro contra Dios que procura salvarle (…)
Por el contrario, el bandolero Enrico es el símbolo de la humana flaqueza, que a pesar de la fe, pero sin odio a la Divinidad, sin acusar su justicia ni negar su misericordia, peca, sí, y peca de continuo; peca por hábito, y no por desesperación ni por sistema. Por eso en medio de sus extravíos conserva alguna virtud moral, sobre la cual podrán algún día recaer los tesoros de la gracia, y ser meritorias las buenas obras que haya ejecutado (…)
En el plan que Tirso se propuso, en la idea y en el pensamiento de su creación, preciso fue que demostrase en sus héroes la existencia del libre albedrío, para que sus actos diesen motivo a la justicia divina, en su fallo definitivo, de condenar al uno y salvar al otro. Con efecto, avisos y auxilios de igual clase reciben; pero cada cual los aprovecha o rechaza según su voluntad.
El penitente Paulo, que por diez años resistió las más fuertes tentaciones, obteniendo por ello favores muy especiales del cielo, en un momento de tibieza abrió su corazón al enemigo del género humano. Desconfía de Dios y pretende arrancarle el secreto de su destino, como si la fe en lo revelado no le asegurase que el premio y castigo será según las obras del hombre. Cayó el santo en el instante de la prueba, cuando Dios en castigo de sus dudas soberbias le retiró sus auxilios eficaces; y cayo sin remedio, porque no quiso probar a vencer con los comunes, o al menos a resistir con ellos. Acométele el demonio con permiso de Dios por el lado que flaquea, y tiéntale como a otro Job; pero Paulo, que no es paciente ni humilde, no se doblegará como Job a la voluntad suprema. Había el ‘Desconfiado’ pedido que se le revelase el destino que tendría en la otra vida, y el ‘Tentador’, que le ve vacilante en la fe, confía en hacerle suyo. Preparando una insidiosa respuesta a la indiscreta pregunta, se expresa de esta manera:

“Y si me ha dado licencia
El juez más supremo y recto
Y así me ha dado licencia
el juez más supremo y recto,
para que con más engaños
le incite agora de nuevo.
Sepa resistir valiente
los combates que le ofrezco
para luego desconfiar
y ser como yo, soberbio.
Su mal ha de restaurar
de la pregunta que ha hecho
a Dios, pues a su pregunta
mi nuevo engaño prevengo.
De ángel tomaré la forma,
y responderé a su intento
cosas que le han de costar
su condenación, si puedo”.

Desde este punto, el demonio no seguirá a su presa en el campo de batalla donde tantas veces fue vencido, ni serán sus armas los deleites y ambiciones mundanales. Conocida la flaqueza de Paulo, por ella intentará vencerle en la cruda guerra que le prepara. Disfrazado de ángel se le aparece, y le ordena que se dirija a Nápoles, donde observando a Enrico, podrá conocer su propia suerte final, pues Dios ha decretado que sea una misma la de entrambos. Con tal aparición, como primer aviso del cielo, siente Paulo un frío pavor que le hiela el alma, y contrasta con la regalada dulzura que gozaba cuando disfrutó favores en éxtasis divinos. Sin embargo, la curiosidad y la desconfianza que le aquejan, le impiden aprovecharse de este recelo. Dando, pues, crédito a la insidiosa visión, encamínase a Nápoles, persuadido de que Enrico sería un modelo de virtudes y de penitencia; mas ¡cómo se engañaba! Apenas llega a las puertas de la ciudad, cuando encuentra al hombre que buscaba, no como presumió, ocupado en buenas obras, mas circuido de viles rufianes, de rameras disolutas y de infames asesinos que le coronan por el más perverso de todos, después de oír de su propia boca la relación de sus crímenes, asesinatos, robos, estupros, adulterios y sacrilegios. Véase aquí cómo el poeta prepara los medios y motivos con que la desconfianza crezca y se arraigue más y más en el alma del protagonista; véase como penetrado en lo mas íntimo de la humana naturaleza, sigue sin desviarse la pendiente de una primera falta, y adivina sus consecuencias. Después de cerciorarse que el hombre a quien buscaba como modelo de virtud, es en realidad el más malo de la tierra, Paulo, que a pesar de su austera y penitente vida desconfió de su propia salvación, ¿cómo creerá que el malvado Enrico puede salvarse? Si una ha de ser la suerte de ambos, según se le respondió en la visión que tuvo, cierto está ya de condenarse, y por lo tanto quiere como Enrico seguir la carrera del crimen, y excederle en maldades, si es posible. Resuélvese en fin a esto, y partiendo a las montañas, testigos de su penitente vida, hará que también lo sean con asombro de sus delitos. Como potro desbocado, como hambriento y rabioso lobo, se lanza en el camino de perdición, y convertido en capitán de feroces bandoleros, destroza, asesina, y se baña en la sangre de cuantos vienen a su poder. Cuando fatigado, y no harto de carnicería y de matanza, intenta reposar y queda solo y entregado a sí mismo, si algún remordimiento le persigue, luego le rechaza y ahoga, oponiéndole la memoria de Enrico y la revelación que tuvo, y que presume divina. En uno de estos momentos críticos se expresa así:

Enrico, si desta suerte
Yo tengo de acompañarte,
Y si te has de condenar,
Contigo me has de llevar;
Que nunca pienso dejarte.
Palabra de un ángel fue;
Tu camino seguiré;
Pues cuando Dios, juez eterno,
Nos condenare al infierno,
Ya habemos hecho por qué.

Inspirado el poeta por el dogma consolador de la misericordia, y penetrado de las vías de Dios, no presentará al delincuente abandonado de nuevos y poderosos auxilios con que pueda vencer su voluntad depravada; culpa suya será si los desprecia. Para neutralizar los efectos de la primera visión, un ángel verdadero, en forma de pastor, se aparece á Paulo. Desciende de la montaña tejiendo la corona que destinaba al justo, y canta la piedad de Dios y la facilidad con que perdona al pecador arrepentido. En un bello diálogo y en un buen romance reprende el ángel al bandolero su desconfianza, y con ejemplos repetidos le demuestra que nunca debe desesperarse de la salvación. Titubea Paulo un momento en sus malos propósitos, y se expresa de este modo:

Este pastor me ha avisado
en su forma peregrina,
no humana, sino divina,
que tengo a Dios enojado
por haber desconfiado
de su piedad (¡claro está!)
y con ejemplos me da
a entender piadosamente
que el hombre que se arrepiente
perdón en Dios hallará.
Pues si Enrico es pecador,
¿no puede también hallar
perdón? Ya vengo a pensar
que ha sido grande mi error.

Pero como la tentación prosigue, cuando la voluntad no persevera en resistirla, y cuando la razón humana no cede a la fe divina; el orgulloso Paulo que desconoce estas verdades, reincide bien pronto en su desconfianza, y sin combatir siquiera, se rinde a ella diciendo:

¿Mas cómo dará el Señor perdón,
a quién tiene nombre
¡ay de mí! del más mal hombre
que en este mundo ha nacido?
Pastor, que de mí has huido,
no te espantes que me asombre.
Si él tuviera algún intento
de tal vez arrepentirse,
lo que por engaño siento
bien pudiera recibirse,
y yo viviera contento.
¿Por qué, pastor, queréis vos
que en la clemencia de Dios
halle su remedio medio?
Alma, ya no hay más remedio
Que el condenarnos los dos.

He aquí cómo la razón ensoberbecida extravía la voluntad e inutiliza los auxilios divinos, que inclinan, pero no fuerzan el uso del libre albedrío.
Aprovéchase el demonio de la ocasión para armar a Paulo nuevos lazos. Enrico, perseguido de la justicia a causa de sus desafueros, se arroja al mar fugitivo, y como por milagro, rompiendo las embravecidas olas, arriba a las playas donde Paulo aterraba el mundo con escándalos continuos. Cae aquel en sus manos, y más que nunca obstinado y ciego en tentar la Providencia, se propone someterle a la más terrible y decisiva prueba que pudo imaginar. No bien, maldiciendo y blasfemando de Dios en vez de tributarle gracias, hubo Enrico tocado en la playa, cuando los bandoleros por orden de su jefe, le atan a un árbol, y vendándole los ojos, le anuncian el término fatal de su vida. Nada empero le aterra, búrlase de Dios, insulta a los hombres, y ríese de la muerte: no parece sino que la soberbia y orgullosa inteligencia del hombre quiere luchar y vencer la del Creador. Entonces Paulo se le presenta vestido de ermitaño, y le exhorta a la penitencia con tanto más ahínco e interés, cuanto cree que la salvación de Enrico será prenda segura de la suya. ¡Vanos esfuerzos! el aire se lleva sus palabras, porque el bandolero se mofa de ellas, y pide que le acaben para llegar más pronto al infierno. La obstinación de Enrico le salva la vida, pues el “Desconfiado”, temeroso de que muera impenitente y se condene, impide que los bandidos le asesinen.
Hecha esta terrible prueba, afirmase Paulo más y más en el error, que era justo castigo de su temeridad impía. Cada vez más convencido de hallarse condenado, cuenta su vida y la causa de sus penas al que considera como compañero en desdichas. ¿Quién lo pensara? El desalmado Enrico, el blasfemo, el asesino, el que nunca hizo más bien que respetar a su padre, el que con la muerte a los ojos despreció los auxilios de la religión; este mismo al fin, tan duro, tan obstinado, reprende a Paulo su conducta, le afea su desconfianza, y le afirma que aunque se considera tan perverso y criminal, siempre ha esperado salvarse: he aquí el modo con que se explica:

Yo soy el hombre más malo
que naturaleza humana
en el mundo ha producido;
el que nunca habló palabra,
sin juramento; el que a tantos
hombres dio muertes tiranas;
el que nunca confesó
sus culpas, aunque son tantas;
el que jamás se acordó
de Dios y su Madre santa;
ni aún ahora lo hiciera,
con ver puestas las espadas
a mi valeroso pecho;
mas siempre tengo esperanza
en que tengo de salvarme;
puesto que no va fundada
mi esperanza en obras mías,
sino en saber que se humana
Dios con el más pecador
y con su piedad se salva”
.

Y luego, no desmintiendo su carácter, continúa:

“Pero ya, Paulo, que has hecho
ese desatino, traza
de que alegres y contentos
los dos en esta montaña
pasemos alegre vida,
mientras la vida se acaba.
Un fin ha de ser el nuestro;
si fuere nuestra desgracia
el carecer de la gloria
que Dios al bueno señala,
mal de muchos, gozo es;
pero tengo confianza
en su piedad, porque siempre
vence a su justicia sacra
”.

Ambos bandoleros son, como se ha visto, detestables; pero ¡cuánta diferencia hay entre el que espera y el desesperado! ¡Cómo el poeta, moralista y profundo observador de las pasiones, ha sabido caracterizarlos y distinguirlos, escudriñando el diverso origen de unos mismos actos! El uno es malo por aturdimiento, y por hábito de no ser bueno; pero si no busca, tampoco rehúsa la expiación de sus crímenes por medio del arrepentimiento: al contrario el otro, que ejercitó la virtud, que fue regalado de Dios, se vuelve luego contra él, le insulta con despecho, y pretende traerle a juicio ante su miserable y ciego orgullo y su razón extraviada. Enrico no cierra los caminos a la gracia; antes con la esperanza los facilita, mientras Paulo la repele de sí siempre que los auxilios del cielo y los remordimientos llaman a su corazón.
En el supuesto de que un mismo fin han de tener, conciertan pasar la vida juntos ambos bandoleros; pero acordándose Enrico de su anciano padre, determina volver a Nápoles para socorrerle y traerle consigo, a pesar de los riesgos de la empresa. Con efecto, al realizarla cae en poder de la justicia, que le conduce a un calabozo, donde comete más desafueros y delitos. Allí, unas veces despreciando los auxilios divinos, y otras resistiendo las ocasiones de fugarse que le ofrece el demonio, pasa su tiempo hasta que se ve notificado de muerte. Ni aún entonces se doblega al yugo de la religión: niégase a la penitencia, diciendo que si Dios es misericordioso y puede, le salve sin tantas ceremonias, y si no que le condene; pues él por su parte no tiene memoria para acordarse y confesar tantos crímenes como ha cometido.
Acercase la hora del suplicio; ya todos desconfían de la salvación del reo, cuando una sola y única virtud que ejercitó en su vida, abre camino a los auxilios de la gracia. Lo que no alcanzaron de Enrico ni el temor de la muerte ni el horror del infierno, lo alcanzan en un instante las lágrimas, los ruegos y las venerables canas de su anciano padre. Al verle y oírle, su alma empedernida se enternece y regala; resignase con la suerte que le espera, pide humilde perdón a Dios, y arrepentido y contrito, sufre muerte afrentosa para hallar eterna vida en la morada celestial.
Después de cumplido el decreto del cielo, salvándose el protagonista del drama que esperaba clemencia, ¿cuál será el fin del desesperado? ¿Se salvará también? No, porque voluntariamente se apartó del buen camino, y no quiere tornar a él; no, porque a sabiendas luchó contra Dios, en vez de luchar contra el pecado; no, porque fue ingrato y desconocido a los favores del cielo; no, porque arrojó de sí todas las virtudes sin reservar ninguna; no, porque tenaz e injustamente desconfiado, verá y no creerá la salvación de Enrico, o creyéndola pensará que Dios está obligado a salvarle sin que penitente y arrepentido le implore; y no, en fin, porque fiado en el engaño del demonio, que él mismo provocó, olvidará la palabra de las Escrituras que aseguran al hombre el premio o el castigo según sus obras.
No se crea empero que la Providencia le abandone: su condenación ha de proceder del mal uso que haga de su albedrío. Sin embargo de tanta obstinación, la gracia prestará sus auxilios al infeliz Paulo hasta el último suspiro. Revelado le fue natural y milagrosamente el fin dichoso de Enrico, para que sabido, abriese su corazón al consuelo. ¡Mas ay, que fue en vano! La desconfianza y el orgullo endurecieron la voluntad contra los avisos del cielo. Paulo en fin, herido en una refriega, muere impenitente.
A nadie que conozca la doctrina, la fe y la idea predominante del siglo en que Tirso escribió este drama, le sorprenderá su desenlace, ni extrañará la impresión que debió producir en unos espectadores, que sabios o ignorantes, llevaban su alma dispuesta y preparada a recibir las impresiones de consuelo y de terror que el poeta, tan creyente como ellos, quiso inspirarles.(…) ».
[Durán, Agustín.- “Examen de El condenado por desconfiado”, in Biblioteca de Autores Españoles. Comedias escogidas de fray Gabriel Téllez (el maestro Tirso de Molina), juntas en colección e ilustradas por D. Juan Eugenio Hartzenbusch. Madrid, Rivadeneyra, 1.857, pp. 720-724].

MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO (1.856-1.912).

Consideró a “El condenado por desconfiado” como “el mayor drama teológico del mundo”. Para él,

“El autor de “El condenado” tuvo que ser un hombre avezado a la disputa silogística y al estrépito de las aulas, un ergotista de pulmones de hierro, profundamente versado en la ciencia de Báñez y Molina. ¿Y a quién de nuestros dramaturgos podemos atribuir tal preparación escolástica, sino al que fue toda su vida “Lector” y Maestro de Teología, y dejó “esculpidas sus glorias en el teatro” o paraninfo de la Universidad de Alcalá, según el dicho de Cervantes? Sólo de la rara conjunción de un gran teólogo y de un gran poeta en una misma persona, pudo nacer este drama único, en que ni la libertad poética empece a la severa precisión dogmática, ni el rigor de la doctrina produce aridez y corta las alas a la inspiración, sino que el concepto dramático y el concepto transcendental parece que se funden en uno solo; de tal modo que ni queda nada en la doctrina que no se transforme en poesía, ni queda nada en la poesía que no esté orgánicamente informado por la doctrina”.
[“Tirso de Molina”, in Estudios de Crítica literaria. II Serie. Madrid, 1.895., pp. 177-178.]

J. ROGERIO SÁNCHEZ

J. R. Sánchez, mantuvo la misma perspectiva sobre el tema de "El condenado":

“[el drama de Tirso de Molina] de carácter religioso, titulado “El condenado por desconfiado”, uno de los mejores, o el mejor de los dramas teológicos de nuestro teatro. Su belleza es grande: la valentía del tema desarrollado, extraordinaria, como que afronta no menos que el problema de la predestinación y del libre albedrío. Probablemente, el asunto, la leyenda, no es original de Tirso, pero ¡cuán hermosa y originalmente desenvuelta está! ¡Qué carácter tan intensamente humano el del penitente Paulo, qué torturas, qué amargas cavilaciones, tan propias de un corazón apocado y de una imaginación sobresaltada”.
[Sánchez, José Rogerio.- Historia de la lengua y literaturas españolas. Madrid, Perlado Páez y Cia., 1.921, Pág. 253]

CHARLES-V. AUBRUN

Este estudioso consideró “El condenado por desconfiado” como una “comedia doctrinal”, que sirve de bisagra entre la comedia de capa y espada y el sermón, comedia con unas funciones muy concretas en el período del barroco en el que se desenvuelve, pues tenía como propósito dejar de manifiesto luchar

"contra la inmoralidad de la capital, contra los perniciosos ejemplos de intrigantes y traficantes que propagan sus riquezas sospechosas recientemente adquiridas en los nuevos barrios de San Jerónimo, el Prado y la Plaza Mayor, puesto que la prosperidad va de la mano de la victoria del mal. Y es entonces cuando los clérigos definen el concepto y construyen el sistema moral y literario del ‘desengaño’.”

Y aunque nunca la comedia ofrece una imagen de lo real, intentará demostrar la validez universal de cualquier mal ejemplo, para lo cual el dramaturgo altera el comportamiento cotidiano de la aristócrata y del pueblo, haciendo que la comedia, ficción que se ve como un microcosmos, superponga varios esquemas sociales que tienden a coincidir con las estructuras de la vida real de la España de la primera mitad del siglo XVII; que se hace eco de la situación política del momento, a la que analiza, enjuicia y critica, y que emplea un lenguaje paralelo al de los ideales institucionales, al de la moral cristiana y al de los ideales vulgares del pueblo. Por eso, señala

para Tirso, el acto virtuoso nacido de compromiso voluntario y calculado de la virtud no es un punto válido. La sabiduría, tanto como la ciencia y la conciencia que proceden del orgullo, corrompe al alma y la pierden. Sólo cuenta el acto virtuoso espontáneo, inspirado por la Gracia y generoso como ella. El libre albedrío no es en este punto decisión unilateral; es una adhesión existencial a la voz divina, siempre presente y oculta, es una adecuación de todo el ser, consciente e inconsciente, a la voluntad divina y también a la naturaleza -“la sangre” especialmente- que es una de sus infinitas expresiones. De tal manera que el bandido perpetra sus crímenes y se preocupa de su anciano padre con la misma intensidad vital y con la misma humildad que la de una criatura sumisa a la vez al mundo y a Dios, en última instancia sólo a Dios".
[Aubrun, Charles-V.- “La comedia doctrinale et ses histoires de brigands. El condenado por desconfiado”, in Bulletin Hispanique, 59,.2 (1.957), pp. 137-151]

ÁNGEL DELGADO GÓMEZ.

Señala este crítico que

"la predestinación del alma despertó innumerables polémicas en la Europa de los siglos XVI y XVII, siendo como es sabido, un elemento central de las disensiones teológicas entre católicos y protestantes, y aún no menos entre los católicos mismos. Aunque el pueblo llano debió de permanecer un tanto ajeno a los sutiles argumentos argüidos por los teólogos de diverso signo, la importancia candente de esta cuestión permite suponer que fue tratada con frecuencia en las homilías dominicales. Con todo, "El condenado por desconfiado" de Tirso de Molina fue el único intento de escenificar el tema lo que en última instancia resulta explicable Dirigirse a un público adicto consumidor de dramas de capa y espada con un tema de implicaciones metafísicas enteramente al margen del código establecido por los autos sacramentales parecía empresa de dudoso éxito. Desconocemos por entero la acogida que el público de la época proporcionó a la obra."
[Delgado Gómez, Ángel.- "Sermón y drama en 'El condenado por desconfiado'", in Bulletin of Hispanic Studies, LXIV-1 (1.987), pág. 27.]

● CARÁCTER EJEMPLARIZANTE DE "EL CONDENADO POR DESCONFIADO": ES UN DRAMA QUE POR ENCIMA DEL ASPECTO DOGMÁTICO, REFLEJA UN VALOR MORAL UNIVERSAL.

JUAN VALERA

D. Juan Valera contestando al discurso de M. Cañete [Cañete, Manuel.- Discurso acerca Del drama religioso español antes y después de Lope de Vega. Escrito por Don Manuel Cañete, individuo de número de la Real Academia Española y leído en la Junta celebrada por dicha corporación el día 29 de setiembre de 1.862. Madrid, Manuel Tello, 1.862.], al cual elogia, hará algunas observaciones sobre Tirso que vienen siendo repetidas en todos los manuales, por ser muy acertadas:

“Tirso de Molina es, en nuestro sentir, el más grande poeta dramático que ha habido en España después de Lope de Vega. Éste último es creador, y Tirso discípulo e imitador suyo; pero Tirso perfecciona, y hermosea, y pule lo que el primero inventa. Tirso, pues, poniendo a un lado a Lope, es más cómico, más trágico, más conocedor del corazón humano, más chistoso, más profundo, más inventor de caracteres y de enredos, más religioso en lo divino, más elevado y más sabio en lo histórico, más poeta, en suma que Calderón, que Rojas y que Moreto. Difícilmente podrá presentar ninguna literatura extranjera, salvo Shakespeare, nada que deba ni remotamente compararse con Tirso de Molina (…)
...´El condenado por desconfiado´. Nada quisiéramos decir en elogio de este drama, porque es poco todo lo que se diga para encarecer su mérito poético, y porque después del examen crítico que hizo el Sr. Durán, es difícil añadir algo ni bueno ni nuevo. Lo único que diremos y confesaremos es que, a pesar de lo peligroso del asunto, este drama está escrito con tanto saber y conciencia, que casi no ofenden los vicios espantosos que en él se pintan, y se comprende el que se salve Enrico y el ermitaño se condene. Este último es un egoísta desconfiado que hace penitencia movido de un interés y de un deseo de salvación eterna, lleno de monstruoso amor propio y falto de amor de Dios, y de santa y verdadera caridad. Enrico, mientras tanto, tiene un noble corazón, en medio de sus grandes maldades, y algunas virtudes en medio de sus mayores vicios (…). La muerte ejemplar de Enrico en un patíbulo afrentoso, es por consiguiente ejemplar, y más ejemplar y más patética, si se atiende a que se vuelve a Dios, no por milagros ni signos exteriores, sino por efecto de la propia virtud que aún conservaba en el alma, por su amor filial y por la ternura que las lágrimas de su anciano padre infunden en su pecho.
En moralidad, pues, así como también en mérito poético, sobrepuja ‘El condenado por desconfiado’ a las obras modernas que hemos citado antes, en las cuales hay un castigo providencial, por donde el sentimiento de la justicia queda satisfecho; pero falta el arrepentimiento y el perdón divino que satisfacen además el sentimiento religioso, la idea que nos hace considerar el mal como un accidente que ha de resolverse en el bien, término y fin de todas las cosas creadas.
[Valera, Juan.- “Sobre el discurso acerca del drama religioso español, antes y después de Lope de Vega, escrito por D. Manuel Cañete, individuo de la Real Academia Española, etc.” , in Revista Ibérica de ciencias, política, literatura, artes e instrucción pública. Tomo V (octubre-noviembre-diciembre). Madrid, Manuel Galiano, 1.862, pp. 38-39 y 40-41].

RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL (1.869-1.968).

Menéndez Pidal elaboró un completo discurso de la obra ante la Real Academia Española [Menéndez Pidal, Ramón.- Discurso leído ante la Real Academia Española, en la recepción pública de D. Ramón Menéndez Pidal el 19 de octubre de 1.902. Madrid, Viuda e Hijos de M. Tello, 1.902], que después reprodujo en sus "Estudios Literarios"”, donde añadió una adición a las fuentes de “El condenado por desconfiado”.
[Menéndez Pidal, Ramón.- “EL condenado por desconfiado”, in Estudios literarios. Madrid, Atenea, 1.920, pp. 87-100]

Ahí consideró que “El condenado por desconfiadorefleja las disputas teológicas de la época, defendiendo el autor las teorías molinistas, oponiendo el Dios terrible que no deja libertad a los hombres, que es el Dios de Paulo y que se identifica con la postura dominica, con la del Dios Buen Pastor, que salva a Enrico, el descarriado, y que es ejemplo de la tesis molinista:

“El Condenado es fruto de la resonancia de estas cuestiones en el arte. Para rebatir por medio de Paulo la idea rígida de la predestinación que sostenían los dominicos, Tirso alteró la leyenda de la comparación de méritos con dos graves mudanzas: supuso que la pregunta que dirige al cielo el ermitaño era, no sobre los merecimientos, de los cuales no duda, sino sobre el decreto eterno que fija su destino: pregunta sólo si, en el caso de perseverar en la virtud hasta el fin, se salvará o no, y en esto Tirso parece recordar las primeras palabras del cuento de D. Juan Manuel. Además, esta mudanza le obligó a otra, y supuso que a esta pregunta respondía el demonio, pues la respuesta sobre una predestinación no subordinada a los méritos pasados y futuros del ermitaño, en la cual no creía Tirso, no podía ser dada por Dios como en la leyenda. Verdad es que el ángel que responde a Pafnucio le engaña también, aunque benévolamente; pero el cruel engaño que había de sufrir Paulo en sus ideas sobre la predestinación no podía ser obra del cielo.
Paulo, así engañado, reniega de un Dios que no ama a sus criaturas, que sacrifica la humanidad como masa de perdición para hacer brillar en ella el rayo de su justicia; víctima de esta idea, salva de un paso la sima que separa la virtud de la perversidad; su muerte arranca un grito de horror contra la doctrina neo-agustianiana de la predestinación, y pone de manifiesto el peligroso desaliento y la desesperación a que en la práctica podía llegar el alma aterrorizada por la creencia en el decreto divino que la elige o la rechaza sin tener en cuenta sus obras. Por el contrario, Enrico bendice al Dios paternal, al Dios de Molina, al buen Pastor que se afana tras la oveja perdida, a la gracia que solicita hacia el bien el libre albedrío del pecador.
Estos llamamientos de la gracia los dramatiza el poeta en la encantadora parábola del pastorcillo y en las visiones que iluminan a Paulo y Enrico cuando se les acerca la muerte; todo añadido por Tirso a los cuentos tradicionales, menos la visión del alma del bandido, que sabemos formaba parte del cuento del ermitaño apóstata. En todo se trasluce claramente la doctrina que el poeta admitía sobre la gracia: Paulo y Enrico no reciben (como recibirían, a seguir la doctrina de Báñez) auxilios divinos intrínsecamente diversos, aquél una “gracia suficiente” decretada inútil, éste una “gracia eficaz” necesariamente salvadora; sino que, según Molina, ambos reciben la “gracia suficiente”, los dos por igual, sin atención a sus méritos, pero dejando al libre albedrío de Paulo el poder de resistir a esa gracia e inutilizarla, y al de Enrico el poder de cooperar a ella para que en vista de su asentimiento se convierta en eficaz y salvadora.
Hoy nos hace sonreír la idea de un gran poeta que halla inspiración dramática en la polémica en sobre la “predeterminación física” de Báñez y la “ciencia media” de Molina; pero una edad más despierta a la abstracción que la nuestra, que no se cansaba de producir generaciones de teólogos y heresiarcas, una edad que había creado el admirable teatro religioso español, podía muy bien ofrecernos el extraño fenómeno de que la abstrusa teoría de la predestinación halagara a un genio dramático, y le inspirara una concepción llena por todas partes de sentido teológico que a ser expuesto al por menor exigiría un completo comentario doctrinal. Y lo más admirable es que toda esta riqueza técnica no es algo postizo que se sobrepone a la poesía, sino algo consubstancial con ella. «De la rara conjunción, dice el Sr. Menéndez y Pelayo, de un gran teólogo y de un gran poeta en la misma persona pudo nacer este drama único, en que ni la libertad poética empece a la severa precisión dogmática, ni el rigor de la doctrina produce aridez y corta las alas a la inspiración; sino que el concepto dramático y el concepto trascendental parece que se funden en uno solo, de tal modo que ni queda nada en la doctrina que no se transforme en poesía, ni queda nada en la poesía que no esté orgánicamente informado por la doctrina
».
Pero Menéndez Pidal deja sentado que más importante que el elemento religioso, que existe, es el valor moral universal, y del anhelo de esperanza:
“por cima del aspecto dogmático ortodoxo o de tal o cual escuela [adquiere] un valor moral universal (…) [siendo Paulo] una figura real y viviente en todas las edades".
[Menéndez Pidal, Ramón.- “EL condenado por desconfiado”, in Estudios literarios. Madrid, Atenea, 1.920, pp. 61-64]

No obstante, ya hemos referido que inmediatamente el padre Norberto del Prado, declarado molinista, le contradijo diciendo que Tirso defendía la postura dominica, así como luego el padre Penedo, siendo el padre Martín Ortúzar el que incidirá más en que habiendo sido maestro de Tirso el padre Merino, discípulo de Zumel, General de los Mercedarios, de clara tendencia dominica, esta es la postura final que adoptó el autor de "El condenado", siendo una auténtica sátira contra el molinismo esta obra.

ÁNGEL VALBUENA PRAT (1.900-1.977).

El profesor Ángel Valbuena publicó una “Historia de la Literatura Española” entre los años 1.937-1.968, que sirvió de manual durante muchos años, siendo ampliada y puesta al día por el profesor Antonio Prieto. Éste considera que en “El condenado por desconfiado”

«el problema se halla sobre qué puede ser más grato a la divinidad, la virtud formularia y externa del asceta, por otra parte desligado de lazos familiares humanos, o la bondad final de un hombre que socialmente sea considerado de bajo oficio y trato (...) Indudablemente, en el drama se da un doble plano: el humano, de figuras reales, del asceta egoísta que solo vive en soledad y oración en orden a la salvación futura, y que al desconfiar de ella sigue el camino más escabroso del bandidaje, y el tipo archiespañol del hombre de acción, que dentro de sus tropelías conserva virtudes, como en este caso el amor y respeto al padre, junto a una confianza casi temeraria en la misericordia de Dios. Ambos, Paulo y Enrico, son tan vivos, que se puede invocar el tema del sentido farisaico de la ley frente a la amplia comprensión humana de la misma; y, dentro de ello, el puro formulario, con asomo de hipocresía, frente al desgarrado despreciador de la sociedad: un anarquista, un rebelde. La España castizante de acción prefiere a éste; y se explica la salvación de Enrico, junto a la condenación de Paulo. El otro plano es el elevado punto en que la teología se hace teatro; en que se une a la acción dramática el problema de la gracia y la predestinación. En este punto creo que quien ha visto más claro el secreto de la obra ha sido Pfandl, al creer que el criminal Enrico “halla su salvación, al contrario del solitario Paulo, por la creencia de que la llamada predestinación no es una arbitraria disposición divina, sino que depende de la voluntaria colaboración del hombre con la gracia de Dios”. Aun en la intersección de los dos planos, “El condenado” interesa especialmente por el valor humano de los personajes, por la acción, por los contrastes y efectos de hondo patetismo más que por el orden ideológico, a diferencia de las comedias y autos de Calderón, en que existe la más completa identificación del esqueleto teológico con la forma poética. En “El condenado por desconfiado”, hay, desde luego, un rigor teológico que demuestra la sólida formación del autor; pero, aun con ello, la acción interesa como desarrollo humano de dos tipos de intensa y diversa psicología, que se desenvuelve con un hábil paralelismo, que confluye en el momento más alto de la acción –la escena en que Paulo trata de conseguir el arrepentimiento de Enrico, en la parte final de la jornada segunda-».
[Valbuena Prat, Ángel.- Historia de la Literatura Española. Tomo III. Siglo XVII. 9ª edición ampliada y puesta al día por Antonio Prieto. Barcelona, Gustavo Gili, 1.982, pp. 577-579]

JUAN LUIS ALBORG.

Opinión semejante a la de Valbuena sostiene este estudioso:

“cualquiera que sea la sutileza teológica acumulada en “El condenado”, hay en estos valores de tipo estrictamente humano y psicológico que consideramos al menos de equivalente, cuando no superior, profundidad. Atormentado o no por presciencias y albedríos, lo que de manera inequívoca se revela en Paulo es un egoísmo monstruoso; toda su vida de piedad desconoce la caridad y el amor, vive en la soledad del yermo para asegurar su buenaventuranza, y pide a Dios seguridades de que el “negocio” de su salvación va por buen camino, y no está perdiendo el tiempo que, si se ha de condenar, podría gastar en goces. Y como un acreedor impaciente que exige el pago de una deuda, Paulo se dirige a Dios para reclamarle el pago de sus virtudes. Apenas puede darse nada más mezquino que este concepto de la vida piadosa, ni más distinta del consejo evangélico _haced sencilla y naturalmente a voluntad de Dios y el resto se os dará por añadidura- o de aquellas sublimes palabras “aunque no hubiera cielo yo te amara, aunque no hubiera infiero te temiera” (…)
Junto a su desmedido egoísmo hay otro aspecto no menos “condenable” en el alma de Paulo, que es su orgullo sangrante cuando se ve igualado a aquel despreciable hombre que es Enrico. Paulo, envanecido de su vida de santidad, no puede concebir semejante equiparación, ni admitir el mérito de un hombre, hundido en sus pecados, aunque le quede un cogollo íntimo de su bondad, por donde pueda asirle la Gracia. Por encima, insistimos, de problemas teológicos, “El condenado por desconfiado” es un drama profundamente humano y una grave lección moral de incalculable alcance. Doña Blanca [ de los Ríos] afirma que “El condenado” encarna “el escarmiento de la soberbia humana”; junto a ello, creemos que Tirso dramatiza algo todavía más importante: la transparente, y a la vez misteriosa, máxima evangélica de que “quien pretende salvar su alma, la perderá”.
A semejanza del Don Juan, “El condenado” realiza la fusión de dos diversos elementos: una doctrina teológica -en este caso, el problema de la predestinación y el libre albedrío- y una leyenda de tradición secular.
[Alborg, Juan Luis.- Historia de la Literatura Española. Época Barroca. Vol. II. Madrid, Gredos, 1.999, pp. 438-439]

E. M. WILSON y D. MOIR.

Para estos dos hispanistas británicos,

"aunque la polémica 'De auxiliis' constituye el transfondo de 'El condenado por desconfiado' (como quizá ocurra también en el 'Guzmán de Alfarache' de M. Alemán), la obra no trata de especulaciones teóricas sobre la Gracia divina y el libre albedrío. Es más bien un poema dramático intenso y conmovedor destinado a apartar a los seglares de los peligros de una preocupación morbosa por unos misterios impenetrables, orientándoles hacia la práctica de un sano cristianismo. Es, por encima de todo, una obra sobre la vida y la muerte desde el punto de vista de la práctica cristiana (...).
'El condenado por desconfiado' no trata exclusivamente sobre las desastrosas consecuencias de la falta de fe o de la falta de esperanza; es más bien una demostración de la necesidad de las tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad (...) En 'El condenado por desconfiado' vemos cómo Paulo peca contra estas tres virtudes teologales y se condena. También vemos cómo en Enrico, la práctica embrionaria e imperfecta de un aspecto de la caridad llega a dar fruto y fecunda su fe y su esperanza muy rudimentarias, consiguiendo así, con la ayuda de Dios, salvar su vida(...)
'El condenado por desconfiado' también subraya la importancia crucial de la libertad del hombre en el momento en que se acerca la muerte. Pero las ideas de la obra no se limitan al problema de la salvación. En realidad se nos presentan tres grupos de ideas, morales, psicológicas y teológicas, que aparecen íntimamente entrelazadas. Nos enseña que es un error juzgar a los demás hombres por las apariencias; que una actitud audaz y positiva ante la vida es más fecunda que la cobardía, que sólo puede conducirnos a la frustración de los propios deseos; que una creencia en la predestinación absoluta e irremediable que no tiene en cuenta las buenas obras puede llevarnos a un pesimismo fatalista y a la desesperación; que Dios es un Ser en cuya misericordia podemos confiar si decidimos cooperar activamente con Él y acercarnos a Él con verdadera humildad; que la virtud esencial entre todas las virtudes es la caridad; en ese sentido, la obra ocuparía un término medio entre el principio molinista de la 'gracia suficiente' y el rigorismo bañeciano.
'El condenado por desconfiado' es un sermón en verso profundo y de un alcance muy vasto. Pero es también una obra maestra dramática. Su fuerza dramática estriba principalmente en el imaginativo uso que hace el dramaturgo de la sorpresa en sus dos intrigas paralelas, y, sobre todo, en la admirable caracterización psicológica de Paulo y Enrico, personajes que se contraponen con una maestría admirable. Raras veces el teatro español nos ha ofrecido dos tipos humanos mejor contrastados; porque la auténtica grandeza de la obra está en la comparación entre Paulo, el frío, orgulloso y desconfiado intelectual, y Enrico, el criminal sencillo y arrogante, pero espontáneo, que es capaz de amor".
[Wilson, E. M. et Moir, D..- Siglo de Oro. Teatro, in Jones, R. O. (dir.).- Historia de la Literatura Española. Vol. III. Barcelona, Ariel, 1.974, pp. 152-154.]







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